sábado, 1 de diciembre de 2012

Sistema de transporte & seguiridad


El transporte público es consecuencia de una mutación urbana relativamente reciente: la emergencia del industrialismo. Al romperse la lógica espacial y dividirse el ámbito de la vida doméstica/ familiar del ámbito de la producción y al ampliarse la concentración de personas en un lugar físico (la fábrica) se ha hecho necesario “mover” de modo recurrente y sistemático a una amplia gama de personas (y también de insumos).
Antes del industrialismo, el taller familiar o la vida agraria incluso los servicios de mercadeo, ocurrían en unas referencias espaciales que conjugaban al mismo tiempo la vida cotidiana con las actividades económicas.
Sin embargo, rápidamente se advirtió que una de las consecuencias inevitables de los intensos tránsitos promovidos diariamente, fue el incremento de la siniestralidad asociado al riesgo asumido de un modo recurrente. Sobre todo porque al “romperse la unidad espacial producción/vida cotidiana” la ciudad se amplió de un modo tal que impulsó la mecanización de los traslados y la introducción en el espacio público de máquinas complejas para llevarlo adelante (tranvías, trenes, autos, etc).
Desde el temprano industrialismo se advirtió que la seguridad en la movilización de miles de personas no es una resultante natural, sino al contrario es un estándar a alcanzar, derivado de una multiplicidad de factores (normas adecuadas, entrenamiento de los usuarios de las máquinas, infraestructuras adecuadas, uso racional de alternativas, etc).
Un poco más de doscientos años de la ciudad industrial, algo más de ciento cincuenta años desde la mecanización de los transportes, más de cien años del automóvil, son un tiempo suficiente para algunas conclusiones elementales y no por ello carentes de relevancia.
La complejidad de factores asociadas a la “seguridad” como resultado de un sistema complejo y articulado de transportes en un area  metropolitana, puede simplificarse en uno: INVERSION. Pero la inversión debe leerse  no tanto como las aportaciones de capital para que los equipos estén en estado de prestar el servicio que de ellos se requiere o la infraestructura este en capacidad de soportar la intensidad de uso que los ciudadanos necesitan; sino también como el conjunto de aportes necesarios para que el uso de equipos e infraestructura se articule de un modo funcional. Así la inversión en seguridad vial, en estudios de movilidad, en capacitación de usuarios, en mecanismos de contralor, en eficaces sistemas de multas y juzgamiento, etc es parte de la INVERSION necesaria para que el “sistema de transporte” cumpla con sus finalidades (garantizar el derecho de las personas a movilizarse sin poner en riesgo su integridad física).
En el caso del área metropolitana de Buenos Aires, es evidente que el crecimiento de la inversión en automóviles privados llevada adelante por las familias y empresas (no en los últimos 10 sino en los últimos 40 años) es decididamente superior a la que se ha hecho en conformación de un espacio de convivencialidad normativa, en infraestructura o en alternativas públicas eficientes (que desalienten el sobre uso del espacio que implica el uso irracional del auto).
 En ese sentido resulta natural que los estándares de seguridad de un sistema tienden a decaer si la complejidad del sistema crece, su gobierno se hace cada vez más dificultoso y la inversión en soluciones sistémicas se mantiene constante, decrece o crece por debajo de las respuestas privadas (por tanto asistemáticas).
Cualquiera que haya estudiado teoría de los sistemas sabe que la “racionalidad individual” no siempre resuelve un problema sistémico, no porque esa racionalidad sea negativa sino porque la condición sistémica es la que condiciona dicha lógica (se pone generalmente de ejemplo el caso de la salidad desorganizada de un cine a oscuras frente a un alerta de incendio y los peligros derivados de  actuar de conformidad a pautas individuales no coordinadas). En esa línea, la absoluta descoordinación (evidente) de ciudadanos refugiándose en su auto (por los motivos que fuere) como respuesta a un colapso en la espacialidad urbana (en definitiva los cuellos de botella de tránsito son un problema de demanda de espacio) …. Es parecida a la respuesta de la salida del cine del ejemplo.
No hace falta agregar demasiado para imaginar las condiciones de seguridad de un sistema así gestionado.



martes, 10 de julio de 2012

CIPPEC/RAP/AACREA

Se pone en marcha el programa CIPPEC/RAP/AACREA de fortalecimiento institucional a gobiernos locales. 
Conferencia con Delfina Irasusta en Tucumán el Martes 10/7

martes, 26 de junio de 2012

Taller de Visión


Este Sábado 30 de Junio, estaré en el taller de visión de la facultad regional de  Tucumán regional.

Conferencia

Clase magistral sobre Desarrollo en Reyunos / Conferencia en San Juan - Programa Potenciar Comunidades. Del 11 al 15 de Junio.

lunes, 30 de abril de 2012

Gobernar es poblar ..... bien (Fabio Quetglas)


Gobernar es poblar …. Bien.

(a propósito del niño/a 7.000 millones)

Por: Fabio J. Quetglas
 (Mg. En Gestión de Ciudades y Políticas Públicas)


1.- El origen.

Desde sus orígenes como Nación nuestro país vive debatiendo su demografía y orden territorial. En algunos momentos tal cuestión ocupo el centro de la escena; así al darnos el modo federal de gobierno, al diseñar el trazado ferroviario, al impulsar la inmigración e incluso en el Siglo XX al disponer específicas legislaciones de promoción fiscal en beneficio de Provincias relativamente relegadas; siempre estuvo en juego una cierta idea de cómo queremos ocupar y aprovechar nuestro territorio. Hemos fracasado. Nadie sostiene como bueno que en un país relativamente despoblado como el nuestro (conforme el último censo – exceptuando la porción Antártica del territorio – somos 15 habitantes por kilómetro cuadrado), deban convivir metrópolis ingobernables con espacios casi desiertos.

Es un fracaso y también la manifestación de otras anomalías que lo explican. No debemos olvidar, que en si en su momento nos dimos una organización política federal fue porque creíamos que “ese modelo” era el mejor para garantizar dos cosas: a) un nivel de autogobierno importante por parte de las Provincias, y b) implícitamente, niveles de desarrollo al menos no grotescamente desiguales. Un Siglo y medio después, ante la evidencia, debemos ponernos a revisar las bases de nuestra demografía y modelo territorial.

Las dos grandes oleadas demográficas constitutivas del país están  profundamente enraizadas en la historia argentina.

Al momento del dictado de la Constitución Nacional, el territorio nacional no estaba plenamente bajo el dominio del Estado; algunos lugares resultaban inaccesibles, otros eran ocupados por pueblos originarios (que obviamente se autogobernaban al margen de los fenómenos que acaecían en las ciudades) e incluso existían espacios vacíos sin otra explicación, que completaban la geografía en la que resaltaban los 14 cabildos.

Las Campañas contra los indios (la patagónica y la del Chaco) fueron la expresión “más cruel” de la emergencia de un Estado que se propuso “controlar” el territorio, y por supuesto el “modelo real” de asignación del nuevo espacio conquistado, resulto ser una manifestación de los valores en los que se asentaba la iniciativa. Ese proceso reconfigura la espacialidad y las posibilidades económicas del país, al tiempo que constituirá el fundamento de un modelo económico que luego se construiría. Ese primer momento se completa con el trazado ferroviario y la promoción de la inmigración. La segunda oleada está vinculada al  periodo económico de sustitución de importaciones.

En ambos casos, con sus diferencias, la dirigencia socio-política (sin caer en un relato naif), actúo con una visión marcada por la intención de dotar de un rol protagónico al país, con la comprensión de que una geografía vacía no podía ser sustento de un proyecto político consistente.

Durante el primero de esos momentos; la decisión (y la necesidad) de vincular la pampa húmeda a la economía mundial impulsó la generación de un soporte infraestructural (ferrocarriles, puertos, etc) muy significativo que agrego ventajas competitivas enormes (añadidas a las naturales), pero rompió un frágil equilibrio pre-existente a ese tiempo. Así Buenos Aires se convirtió en el centro de servicios de un hinterland de importancia global.[1]  El fin de las guerras internas, el ferrocarril, la inmigración, la alianza con Gran Bretaña y los primeros resultados de la alfabetización masiva; signaron la transformación económica y por lo tanto sociodemográfica y territorial.

En ese momento histórico el Área Metropolitana de Buenos Aires emerge como centro funcional a esa economía transformada, como urbe de servicios complejos, como espacio de concentración necesaria para un aparato productivo de otra escala de complejidad (Bolsas, Bancos, Seguros, acopios, oficinas de traducciones, sedes de tribunales, etc).

La concentración muestra al mismo tiempo los problemas del cambio y las ventajas de las economías de escala. Como dato de color para situarnos en un marco por ese entonces (censo año 1895), el país contaba con 4.050.000 habitantes y el Área Metropolita de Buenos Aires con 663.000 (el 15 %). Mientras tanto el mundo (año 1900) rozaba los 1.500 millones.

Cerrado el ciclo agroexportador, Argentina vivió unos 60 años (con sus idas y vueltas) en el marco de un proceso controversial de “industrialización sustitutiva”.  Dos factores se conjugaron para profundizar la concentración metropolitana, a) la lógica de la “economía de aglomeración”, ahora con mayor relevancia – naturalmente- en la economía industrial, sobre la agraria, y b) que el grueso de las políticas públicas promocionales (hasta la década del 70, casi todas) se llevaban adelante sin una “reflexión territorial explicita”, por tanto cualquier política de estimulo al consumo o a la inversión, terminaba profundizando la tendencia, y por tanto requiriendo mayores infraestructuras, servicios públicos, etc … en el área metropolitana.

Pasado ese momento, esas políticas han mostrado resultados diversos; pero lo cierto que esa Área Metropolitana se manifestó atractiva, no sólo porque termino de definirse como “centro económico” del país, sino que justamente a lo largo del tiempo se dotó de un conjunto de activos que operaron como estimulante indirecto de la inversión privada y promotor de condiciones de vida adecuada para un porcentaje importante de la población.

Hay un dato demográfico que opera de manera idéntica en ambos periodos (aunque con diferente intensidad): Argentina recepta inmigración de un modo decididamente sustancial como porcentaje de su población; y la tempranamente débil tasa de natalidad es suplida por el aporte inmigratorio.


2.- La actualidad.

Hoy los problemas de gobernabilidad metropolitana, el buen momento de la economía pampeana (y otros espacios rurales) y el contexto demográfico global, ameritan colocar este tema en la agenda pública. Pero debemos aclarar, que está cuestión poco tiene que ver con el sueño romántico anti-urbano. Reconfigurar territorialmente el país de un modo exitoso es pensar la inmigración, las infraestructuras, el sistema educativo, los servicios de proximidad, el acceso al suelo urbano,etc.

Nuestro particular desafío: un país casi vacío y una metrópolis tan “condicionante” (incluso condicionante del proceso político) coexiste con un mundo ávido de espacios.

Existen sin dudas muchas restricciones estructurales para llevar adelante un modelo de ocupación del territorio que permita lograr los objetivos que una buena distribución espacial debería proveer, y sin la comprensión de las mismas, las posibilidades de una intervención eficiente son nulas.

Quizás las más importante son las limitantes conceptuales; en primer lugar tiene que ver con identificar esta cuestión como una tensión entre “ciudad y campo”. Si en algún momento logramos revertir la actual macrocefalia, será porque decenas o cientos de ciudades distintas a Buenos Aires, Rosario o Córdoba y sus respectivas conurbaciones, adquieren un dinamismo marcado y logran crecer sostenida (y calificadamente) muy por encima del promedio nacional. Es decir, la alternativa a la macrocefalia no es “la vuelta al campo”, sino que nuestras ciudades medianas y pequeñas puedan resultar atractivas, retener población, brindar servicios calificados, contribuir a la competitividad de su entorno, etc. En síntesis, Argentina para re-equilibrar su territorio debe darse un conjunto de políticas de inversión, sociales y demográficas. Para ello hay que entender y construir vínculos sinérgicos entre las ciudades y sus entornos, y por supuesto romper el mito que pregona la “ociosidad” de las Ciudades. Todos los espacios bien gestionados contribuyen a ampliar nuestras cadenas de valor; incluso hasta para el crecimiento de nuestro potencial agrario se requiere de la existencia de nodos logísticos próximos, servicios profesionales, centros de provisión y reparación de máquinas, laboratorios de investigación y decenas de actividades propiamente urbanas.

Comprender la organización territorial como una red de nodos urbanos, de distintas escalas, complementarios y al mismo tiempo funcionales, parece sencillo pero no lo es. Lo dicho no significa relegar el campo sino resignificar la totalidad del territorio.

Sin dudas que el carácter de unas ciudades cuya economía depende de su entorno agrario no es el mismo que el de una metrópolis global; pero igual puede ser una excelente Ciudad con servicios adecuados, vinculada a otras ciudades mayores y menores en un sistema donde puede dar respuesta eficiente a muchas cuestiones de la vida económica y social y (por supuesto) tener una razonable dependencia del sistema territorial que integra. Cien, doscientas o más ciudades argentinas de entre 10.000 y 200.000 habitantes podrían retener a un altísimo porcentaje de su población y atraer migración, de darnos una política seria, consistente, sostenida en el tiempo. Una política con una decena de instrumentos (oferta de suelo, sofisticación de servicios, conectividad física, etc) conforme los requerimientos puntuales de cada una de ellas.

Pero es impensable que un número significativo de esas ciudades crezcan al doble o triple del país sin inmigrantes y hoy por hoy, Argentina (siendo muy generoso en política de inmigración) no combina la receptividad con una lógica de estímulos territoriales, por tanto la inmigración pudiendo ser solución agrava el problema al concentrarse en las áreas metropolitanas.

La segunda restricción conceptual es la ausencia de una más precisa comprensión política de las tendencias demográficas. Conocer con precisión los correlatos entre salarios y arraigo (tanto en épocas expansivas como recesivas), conocer el impacto de nuevos servicios públicos sobre el arraigo, la evolución vegetativa, reconocer causales novedosas de la evolución demográfica, si fuera necesario ensayar puntualmente políticas contra-tendenciales para su evaluación (¿como impacta la oferta de vivienda pública, como el subsidio a los servicios públicos, como la facilidad de acceso al suelo, como los subsidios de asignación económica directa?, etc). Todo ello es clave, porque una ocupación inteligente del territorio tiene repercusiones sobre la gobernabilidad, sobre el re-equilibrio de las relaciones entre Provincias y entre las Provincias y la Nación, estimula el mejor aprovechamiento de los recursos. Esos objetivos no pueden apoyarse en prejuicios, posiciones desinformadas o particularismos.

Que la enorme mayoría de las políticas públicas federales consideren al territorio como un espacio homogéneo es un tic que debería abandonarse.

A todo lo dicho hay que agregarle dos datos muy significativos. La emergencia inevitable de un nuevo modelo económico, no sólo vinculado a la economía del conocimiento, sino a la economía de la sostenibilidad, de la movilidad responsable, y de un uso razonable de la energía.

La industria requería de la “escala” para su eficiencia (y lo sigue requiriendo) que explica la “explosión urbana” asociada al industrialismo. Las ciudades del futuro serán las ciudades de la calidad de vida, que asocien a sus capacidades productivas la investigación, la logística inteligente, los servicios avanzados, etc. Si lo hacemos bien podremos ir del gigantismo urbano a una red de ciudades bien conectadas, competitivas y gobernables.

El segundo dato e que el flujo migratorio global se expandirá fuertemente en las próximas tres o cuatro décadas (luego se supone que la población se amesetará en los 10.000 millones de habitantes). Antes de pensar en términos tremendistas,  señalemos que más importante que cuantos seamos, será que estemos preparados para hacer y con que responsabilidad vamos a consumir. La cantidad de gente en un territorio es poca o mucha dependiendo sobre todo de que economía la sostiene (la recolección?,  La caza? , la agricultura? el conocimiento intensivo? ) y de la calidad de instituciones que garanticen su coexistencia.[2]

Si aceptamos como válido que discutir el modelo territorial y demográfico es poner en consideración tanto la economía como la organización estatal, debemos explorar soluciones que tengan en consideración ese marco; y así como la industria requería de aglomeración eficiente, la territorialidad de la “nueva economía” asoma como más compleja y asociada a una multiplicidad de factores. No pensar en la relación existente entre la base tecno-productiva y la organización territorial es enfrentar este problema con anteojeras.

El “ciclo económico largo de industrialización sustitutiva” que se abrió luego de la crisis de 1929,  fue acompañado por una tendencia demográfica de concentración poblacional.  Claramente la abundancia de empleo y el diferencial de salarios entre los centros metropolitanos y el resto del territorio nacional (aún dominado por la economía agraria) está en la base de la cuestión; pero como mínimo debemos agregar otros 4 factores: a) Uno anterior al ciclo iniciado en 1929: la ínfima incidencia de las políticas de colonización (con otorgamiento de tierras) cuando la inmigración comenzó a ser masiva, lo que determino la radicación urbana de los inmigrantes –mayoritariamente europeos-, b) La atractividad urbana, el fenómeno de urbanización intensivo no es exclusivamente argentino, y obedece también a razones extraeconómicas determinadas por la emergencia de un “modo de vida urbano” crecientemente valorado, c) La inexistencia de una política sostenida en el tiempo de dotación de infraestructuras que habiliten alternativas económicas diversas en los territorios más rezagados económicamente, d) el tardío reconocimiento del problema. Recién a partir de la década del 70, se asumió la macrocefalia como un problema  y de tal circunstancia deriva la legislación de promoción. Los resultados de la misma son en general pobres y heterogéneos.

Sabemos que nuestras migraciones internas y el atractivo que las “grandes ciudades” ejercen sobre la población de los países limítrofes, no son un fenómeno inexplicable. Simplemente son la manifestación del padecimiento de los sectores más pobres de las pequeñas localidades y de las regiones con un comportamiento económico deficiente que se mueve en busca de empleos y diferenciales salariales. No es casual que Santa Cruz (a pesar de sus inclemencias climáticas) haya sido la Provincia que más incrementó su población entre-censos (38,4 %) y también sea la de mayores salarios promedio, según el indicador que periódicamente elabora Economía & Regiones en base a información oficial.

En los años 50 y 60 cuando en la Patagonia se pagaban salarios que triplicaban o cuadruplicaban el promedio nacional (ahora apenas multiplican por algo más de 2),  el movimiento al Sur era (en números absolutos) muy exiguo: el pleno empleo en las grandes ciudades y los salarios suficientes actuaban como “desmotivadotes naturales”. La Argentina de hoy es más sensible a los estímulos económicos…. Y hay muchos “clusters” que pueden (y lo están haciendo) operar de “atractores poblacionales” (el turismo, la expansión agraria, la forestación, etc); pero debemos generar condiciones de hábitat razonable para sostener y calificar esa tendencia.


3.- El Futuro.

Argentina debe proponerse una gran innovación contra-tendencial, planificada y construida con los actores socio-territoriales. Basada en tres pilares: a) trabajar sobre las causas, b) cuantificar el costo de “corto plazo” de las acciones, c) apoyarlas en “retener” población y atraer inmigración en base a una política explicita, y con un sentido de inclusión plena.

Argentina está bajo riesgos demográficos serios: envejecimiento de las zonas centrales de sus ciudades, envejecimiento de sus pequeñas localidades y la emergencia de conurbaciones pobres u muy jóvenes. Si no hacemos nada corremos el riesgo de un horizonte sociodemográfico quebrado.

Así como hay causas, hay posibilidad de respuestas. Argentina puede y debe crear una red de Ciudades donde no resulte una pérdida quedarse a vivir y que puedan ser lugares de atracción de emprendedores que buscan nuevos y mejores horizontes. Para ello debe poner en discusión al menos 6 cuestiones:

 a) su fiscalidad: como trata a las distintas actividades económicas asentadas en los territorios, por ejemplo: en este sentido además de discutirse el “quantum” de la presión fiscal al agro, debe discutirse el destino del mismo, ya sea el fortalecimiento de la propia cadena de valor, el desvío a otras actividades agrarias menos competitivas, la formación de un fondo de equilibrio macroeconómico, el subsidio a la población urbana, u otras alternativas e incluso las mixturas que puedan resultar más virtuosas. Lo que no debería suceder es que en el mejor momento de los precios internacionales de nuestros productos de exportación no se logre apalancar el proceso, sin dudas costoso, de cambio de modelo territorial.

 b) Derivado de lo anterior, la política de inversión pública (cuanta inversión, en que rubros, en que lugares, con que finalidad); lo expresado incluso va más allá del volumen de la inversión pública, abriendo el debate en torno de “donde” y con que modelo de co-financiamiento entre niveles de gobierno, de modo de impulsar una cultura más responsable y pro-inversión en todo nuestro Estado,

 c) Por supuesto la política de subsidios, que a los efectos de cualquier consideración territorial no puede ser un término demonizado (pero si usado con cuidado y sobre todo con conocimiento de costo y resultado). Es tan lesivo para el futuro territorial una política de subsidios que aliente la concentración territorial como carecer de reflexión de la relación servicios/ ocupación territorial.

 d) La dotación de oferta pública de bienes sofisticados, en especial la oferta universitaria pública y la salud de media y alta complejidad, porque la atractividad urbana no es una cuestión abstracta e incomprensible, sino concreta y evaluable, y sabemos a paridad de ingresos, las personas prefieren vivir donde los servicios públicos funcionan adecuadamente,

 e) La reticulación del territorio y las vinculaciones interurbanas. La lógica del tiempo y de la conectividad está reemplazando a la lógica de la distancia física; no importan tanto a cuantos kilómetros estoy de un centro referencial, sino en cuanto tiempo puedo acceder de modo seguro y económico a ese centro.

f) Cierta re-configuración del sistema financiero. En Argentina el flujo financiero es claramente  “centrípeto”, y a lo largo del tiempo se ha profundizado el comportamiento por el cual se captan recursos en toda la geografía nacional, pero se concentra el otorgamiento de prestamos en las áreas metropolitanas, a raíz de dos cuestiones: una mayor formalización económica, y dada nuestra inestabilidad macro se ha generado una cierta propensión a orientar la cartera al préstamo al consumo (corto plazo) y no a la inversión (largo plazo).

Ahora bien: Si se concentra en subsidios en el área metropolitana, si la inversión pública territorial sólo puede explicarse por el alineamiento político de los Gobernadores, si la creación de Universidades Nacionales no toman en cuenta el factor distancia y se superponen ofertas en lugares atendidos, si las entidades financieras pueden (sin ninguna restricción) tomar ahorro de nuestros pueblos y ciudades pequeñas y medianas para alimentar el consumo de las grandes ciudades,  mientras muchas actividades productivas de largo plazo encuentran cientos de limitaciones para financiarse ….. sólo nos quedara padecer al mismo tiempo unas pocas Ciudades en tensión permanente y al borde del colapso, conviviendo con pueblos demandantes de adecuada atención. Todos disfrutando de menor calidad de vida de la que podríamos. Y lo que es peor, si ese fuera el escenario de un “boom inmigratorio”, el país se vería empujado a tensiones complejísimas.

No se trata de un nudo problemático irresoluble, sino de un desafío para generar un acuerdo político de largo plazo, que bien puede ser la plataforma para pensar en términos muy concretos el país que deseamos construir.

Es posible evolucionar desde políticas promocionales de alto costo fiscal a nuevas herramientas más sofisticadas. Es posible destinar parte del excedente pampeano recaudado por retenciones a promover sectores agrarios potencialmente muy competitivos y generadores de cadenas de valor largas en zonas relativamente hoy despobladas. Es posible dejar de lado la política infraestructural “de amigos”, y así sucesivamente. Y en ese mismo camino es posible volver a pensar la Región Metropolitana de Buenos Aires, que obviamente puede (y debe) funcionar mejor y cuyo rol en términos territoriales seguirá siendo central pero deberá ser más virtuoso.

Creo que Argentina puede revivir en parte un renovado desafío fundacional. No podemos seguir transitando el siglo sin discutir sobre las bases de nuestro funcionamiento como sociedad, tanto simbólicas (la calidad de nuestras instituciones, nuestra cultura cívica, etc), como materiales (nuestro orden territorial, nuestra matriz energética, nuestra especialización económica – no restrictiva- , etc).

Parafraseando a Juan B. Alberdi, y a modo de homenaje creo que ha llegado el momento de entender que “Gobernar es ….. poblar bien”.


[1] Contrariamente a lo que se cree, el consumo excedentario de la aristocracia y la alta burguesía porteña, se alimenta sobre todo con recursos del exterior (cliente rico).
[2] Aristoteles consideraba que los 250.000 que vivian en la Grecia de su tiempo era superpoblación, y era relativamente cierto a decir de los modos de producción que disponian.