Universitá degli Studi di Bologna.
Maestría en Internacionalización del Desarrollo Local/ 2007.
Temas del ensayo:
Hacia un nuevo soporte institucional del Desarrollo.
Desarrollo, capacidades e identidades productivas.
Revolución informacional, nueva geografía y límites de la estatidad en la gestión del territorio.
1.- Introducción.-
En este breve ensayo, es mi intención abordar e intentar des-agregar una serie de fenómenos socio-políticos aparentemente inconexos; que según considero dan cuenta de una transformación sustantiva de la relación – siempre existente- entre instituciones, desarrollo y territorio. Tales mutaciones, aparecen como una derivación del conjunto de transformaciones tecnológicas convergentes, que denominaremos “revolución informacional” , que no es otra cosa que el entramado de condiciones de generación y derivaciones sociales, de la aplicación de las nuevas tecnologías de información y comunicación; que por su potencia, tienen la capacidad de modelar las formas de producción, los valores sociales, los conceptos, las ideas previas sobre el Estado y hasta el valor del tiempo y de los recursos en cada Sociedad.
2.- Desarrollo e Instituciones.-
Si hay tres conceptos en la literatura política (y económica) polisémicos, cambiantes y difusos, sin dudas lo son “desarrollo”, “instituciones” y “territorio”. No es interés de este trabajo hacer una cronología de su evolución, ni enfocar con preciosismo semántico un análisis de las definiciones y su vinculación con las teorías que las soportan, ni tampoco intentar nuevas definiciones. Más sencillamente trataremos de contribuir a relacionar estos tres conceptos; porque entendemos que se encuentran profundamente afectados en términos históricos, atento la naturaleza del cambio impuesto por el advenimiento de la denominada economía informacional.
Y uno de los cambios más sutiles, para el observador ligero, pero a la vez más significativos del advenimiento de la economía informacional; es justamente el carácter estructural (y no cíclico) de dicho cambio, cuya apoyatura definitiva es la multiplicación de la capacidad de procesamiento de la información y el abaratamiento de las comunicaciones y de la transferencia de información. En ese sentido la “explosión de conocimiento” es entre otras cosas el resultado de una enorme multiplicación de la capacidad difusa de acceso a fuentes y la novdosa flexibilidad de trabajo coordinado a distancia. Tal posibilidad económica, representa una variable de ruptura cuyos impactos económicos, institucionales y territoriales apenas han comenzado.
Así como el industrialismo no puede ser leído como una proyección de la economía artesanal; la economía informacional es mucho más que una re-asignadora eficiente de procesos productivos a escala planetaria. En el caso de la economía industrial, la multiplicación a límites impensados, de la fuerza de trabajo (antes casi exclusivamente apoyada en la disponibilidad de fuerza muscular humana ó animal) sumado a nuevos modos de organización de la misma (sobre todo el fordismo) dieron lugar no sólo a una nueva economía, sino a una nueva sociedad, y como veremos adelante una nueva concepción y organización del territorio. Ahora lo que se multiplica es la memoria y la capacidad relacional, y ese proceso no implica una simple aceleración coyuntural del ciclo económico, sino un cambio del valor relativo de los recursos dentro del proceso económico y por sobre todo un cambio de los elementos de criticidad de tales recursos y por cierto también una re-estructuración territorial a escala planetaria.
Mucha literatura ha sostenido que antes de la economía industrial, el recurso económico crítico era la disponibilidad de tierra fértil y la organización territorial se fundaba en la “accesibilidad material” con los medios que se disponían en la época; en la Sociedad Industrial los elementos de criticidad fueron diversos, pero sin dudas la dotación y uso de recursos energéticos, era representativo de la tasa de sustitución de fuerza muscular y en ese sentido de profundización del proceso de industrialización; en cambio el territorio se reorganizó como mercado, y por lo tanto se fundó en la accesibilidad comercial (aunque el Estado-Nación, con sus herramientas de homogenización, también valoró el carácter de “agregador simbólico” del territorio).
Hace demasiado poco tiempo, se valoraba la potencia de los países por su extensión, y hace mucho menos tiempo todavía se medía el Desarrollo de las Sociedades, conforme el mayor consumo energético ó el volumen de basura producida. Vale preguntarse ¿Cuál es la criticidad de la economía informacional?, ¿Cómo es el territorio de los flujos de conocimiento y de las redes, que parece ser su correlato? .
La sociedad informacional, pone en evidencia una situación que previamente resultaba menos clara: El desarrollo tiene menos que ver con los recursos que se tienen y más que ver con las capacidades sociales para darle sentido a los recursos que se tienen ó que se generen. Y la evidencia es categórica, por la naturaleza intangible (Rullani usa el término: inmaterial) de los insumos sustantivos de la economía informacional. Releyendo la historia económica, desde ese prisma, se relativiza el rol de la tierra ó los recursos energéticos y por supuesto, se revaloriza el rol de la protección a los derechos, el impulso a la energía creativa, la capacidad autogestiva, la alfabetización masiva, la valoración de los procesos institucionales consensuales, y otros factores, no siempre valorados a la hora de comprender el recorrido económico de las sociedades.
Nosotros (esta generación) hereda el término Desarrollo construido por los teóricos políticos, sociólogos y economistas de la “era industrial”. Detrás del término hay una larga suma de reflexiones y carga conceptual; que tal vez pueden resultar ricos históricamente pero insuficientes para contribuir a la comprensión de fenómenos, frente un cambio como el que esta sucediendo en estos umbrales del siglo XXI.
El pensamiento sobre el Desarrollo, es sin dudas uno de los ejemplos más cabales, de la reflexión empujada por los hechos; el concepto mostró una naturaleza porosa y expansiva, que para su enriquecimiento incorporo cientistas políticos, sociólogos, antropólogos, geógrafos, educadores, etc. Desde una primera visión economicista (desarrollo = expansión del producto), se paso a visiones pluri-disciplinares. Sin embargo, tal convergencia no siempre ha sido pacífica y concretamente muchas veces ha dado lugar a un dialogo de sordos.
Claramente la larga lista de adjetivos (calificantes) que en los últimos años han secundado el sustantivo “Desarrollo” (sustentable, equilibrado, integral, territorial, local, humano, etc) no hacen más que dar cuenta tanto de una convergencia disciplinar un tanto anárquica, como de un cierto agotamiento conceptual y de una restricción teórica, que en mi opinión no es en absoluto independiente del cambio paradigmático originado en las transformaciones tecnológicas y los nuevos modos de organizar y distribuir geográficamente la producción; su impacto en los valores sociales y la consecuente redefinición de la trama institucional.
La transformación conceptual (el abandono de la visión industrialista del Desarrollo), excede el ejercicio de cambiar el parámetro de medición del mismo, por formulas polinómicas más o menos complejas; no se trata de un problema de medición (aunque la incorporación de consideraciones intangibles hacen ciertamente difícil las mismas). Así como la revolución informacional esta cambiando la forma de constitución de la base material de la sociedad, su correlato conceptual debe cambiar el prisma de observación de los fenómenos asociados a tal transformación. Como ejemplos burdos, veamos los péndulos valorativos que cotidianamente se exhiben entre opciones de lo que considerábamos Desarrollo y nuevas visiones emergentes: antes describíamos al Desarrollo como un proceso fundado entre otras cosas en la explotación intensiva de los recursos naturales y hemos pasado a una visión como sostenedor de las condiciones de la biosfera; desde la visión de “apropiación exclusiva” del conocimiento a la visión de compartir el conocimiento, de la visión de incremento del consumo a una visión de re-significación del consumo; desde una visión de aumento de la velocidad de la vida cotidiana a una visión de revalorización del tiempo en la vida cotidiana, etc, etc. Queda claro, que el agotamiento conceptual adelantado es cierto, y que resulta un desafío generacional re-significar el Desarrollo, evitando visiones regrecionistas, simplificadoras ó excesivamente parcializadas.
Y si el Desarrollo ya no es más (exclusivamente) la multiplicación de la energía en bienes y servicios. ¿Qué es?; y en tal caso en lo que respecta a nuestro objeto de reflexión, qué relación existe entre los cambios sociales y territoriales derivados de la nueva economía y las instituciones que organizan la sociedad. ¿Cuál es el nexo que vincula la emergencia de una economía fundada en nuevos pilares, la organización territorial y el correlato institucional?
A fines de evitar un posicionamiento que puede resultar banal, haré un sencillo recorrido para justificar una visión (como cualquiera de ellas relativamente parcial y arbitraria) del Desarrollo en la economía informacional.
Uno de los rasgos más notables de la nueva economía, absolutamente derivado de la velocidad y economicidad de la comunicación y de la alta disponibilidad de información en casi cualquier punto del globo; es –justamente- la velocidad de posicionamiento, anticipación y respuesta de los actores económicos y sociales (de allí se derivan los a veces sobre-actuados contagios financieros. Lo que hace una décadas demoraba días ahora es prácticamente instantáneo); y frente a la velocidad de cambios y de reconocimiento de los mismos; la conducta social funcional a ese entorno es la capacidad adaptativa (una cierta plasticidad para organizar recursos, para modificar cursos de acción, para re-entrenarse pertinentemente, etc). De allí que una primera aproximación, algo elemental podría ser: en el nuevo contexto económico, las sociedades (lo mismo vale para las empresas) con mayor “capacidad adaptativa” a los requerimientos de la economía informacional, podrían tener ventaja, sobre aquellas más rígidas. Sin embargo, creo que estamos a las puertas de una paradoja, sobre la que corresponde incrementar la observación.
El núcleo duro de los conceptos en juego, no es de fácil tratamiento: velocidad, flujos, adaptación, estabilidad o rigidez; y por supuesto el control de dicho cambio; el rol de los poderes públicos (y no públicos), de los actores y los márgenes existentes o no de capacidad de gobierno sobre el proceso.
Corresponde al menos preguntarse, ¿qué dota (ó brinda) a una sociedad de mayor capacidad adaptativa? ¿si tal capacidad adaptativa puede estimularse y ser incorporada en el marco de un proceso socialmente aceptado? ¿cuál es el conjunto de factores que hacen adaptativa una Sociedad? ¿hay un correlato entre “dimensión” (de ciudades, de empresas, etc.) y capacidades adaptativas? ¿Acaso tal condición adaptativa, no entraña el riesgo de una “cultura uniformante” en la sociedad en red? ¿ y en un mundo cambiante y “adaptativo” no será un valor (incluso económico) preservar “modos de vida y rasgos de identidad”? e incluso, ¿no corresponde una intervención coordinada, para evitar que el advenimiento de la sociedad en red golpee de modo irreparable el acervo cultural mundial? y sin tomar ningún posicionamiento prematuro, ¿acaso no queda claro, que aún la lógica de la “preservación cultural” se inscribirá en los métodos de la nueva economía y el nuevo entramado tecnológico?,
Así como las preguntas pueden resultar infinitas, la lista de factores que inciden en la “adaptabilidad” de una sociedad, puede ser extensa: unos parámetros de educación masiva y no dogmática, una cultura abierta a expresiones diferentes, una disponibilidad de recursos materiales que permitan financiar infraestructuras para un entorno económico cambiante, un régimen legal de alta protección a las creaciones intelectuales, y a la vez un cultura de cooperación de los desarrollos públicos del I +D, una legislación fiscal que permita la transformación de empresas, una visión “no provinciana” de sus elites políticas, un sistema financiero que transmita confianza y que permita la fluida canalización del ahorro, una capacidad de revisión de los roles estatales ante la transformación relacional de la sociedad, unas pautas macroeconómicas sostenibles, etc, etc. Dejando expresamente sentado que la valoración de la “adaptabilidad” y la búsqueda de sus correlatos concretos, no implica una consideración ética: una sociedad adaptativa no es mejor ni peor que una rígida, simplemente es más funcional a un entorno tecnológico emergente.
Sin embargo y volviendo a la paradoja adelantada, no es absurda la reflexión de algunos pensadores de esta materia , acerca de relacionar la capacidad adaptativa de las sociedades, con la calidad de su trama institucional, medida esta como ajuste a ciertas pautas de funcionamiento que hacen previsible y gobernables los procesos de cambio normativo y adecuación social a los mismos. Sintetizando, una cierta estabilidad procedimental, es un mejor contexto para la adaptación de actores. Y aquí esta el núcleo de la paradoja. Para que puedan adaptarse los procesos productivos, para que puedan adaptarse los modos comerciales, para que pueda adaptarse una sociedad a una nueva valoración del tiempo, para que pueda adaptarse el sistema educativo, para que pueda adaptarse el espacio público, para que una sociedad sea receptiva a cambios profundos, etc o sea para que se produzca el conjunto de adaptaciones de por sí traumático que todo cambio de época significa; y para que pueda hacerse orientado a mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población; es necesario sostener y perfeccionar los instrumentos institucionales (formales e informales) que pueden dotar a la sociedad de alguna gobernabilidad, sobre tales procesos.
O sea un cambio profundo, necesita de unas referencias no inmutables, pero sí claras, consensuales, de aceptación mayoritaria, de aplicación no traumática; y lo necesita porque la transformación de la que hablamos a pesar de su extensión, su profundidad, su cotidianeidad y su rápida naturalización, no es “incausada”, requiere para su explotación racional y aprovechamiento social de una cantidad de factores que sólo pueden ser construidos en un marco convivencial calificado. No es posible aprovechar las ventajas de la economía informacional sin inversiones, sin recursos humanos calificados, sin un plurilinguismo extendido, sin un programa de visibilidad territorial concertado entre sector público y privado; o sea sin un conjunto de herramientas derivadas de la existencia de la capacidad social de organizar respuestas colectivas (proceso de estructuración institucional).
Tanto la rigidez extrema, como la ausencia de un marco referencial a la actuación de los actores, son contextos que denotan una imposibilidad adaptativa; y en consecuencia constituyen un obstáculo al aprovechamiento de las ventajas derivadas de una economía que a escala mundial está multiplicando los recursos (a la vez que transformando el modo de apropiación de los mismos).
Tal paradoja explica el reciente crecimiento económico de sociedades que han combinado una enorme capacidad de adaptación social a las señales de la economía (sobre todo de la economía de innovación), con unas pautas institucionales garantistas hacia agentes económicos pero también hacia ciudadanos e instituciones extra-territoriales (el caso emblemático es Finlandia, pero en la misma línea puede situarse Irlanda). Situación que sin duda cuestiona una cierta visión apocalíptica del proceso de re-configuración económica en materia de derechos ciudadanos. Aunque lo trataremos más adelante, entiendo que el proceso abierto por las transformaciones tecno-económicas, también afecta el concepto mismo de ciudadanía.
Pero por otra parte, resultaría en extremo ingenuo no advertir, que así como el caso finés responde a los extremos presentados, existen ejemplos contemporáneos donde la única lectura hecha por ciertas elites, del incremento de la capacidad social adaptativa, ha sido el aflojamiento de normas ambientales, la baja de los costos laborales, la desregulación absoluta del flujo de capitales, la disminución de los gastos derivados del welfare con objeto de una disminución competitiva de las imposiciones fiscales, etc. Tales ejemplos, demuestran una visión absolutamente caricaturizada de la capacidad de adaptación. Si bien es cierto que puede resultar necesario disponer de un cuerpo normativo que permita a la sociedad hacer una asignación eficiente de recursos, no es menos cierto que el nivel de consenso social que una sociedad construye en torno de ciertas garantías es un activo, que muchas veces puede ser de mayor valor al costo económico de su sostenimiento. Con todo, está claro que la capacidad adaptativa no es un “stock” que una sociedad tiene, sino más bien una visión que debe instalarse en torno de un enorme conjunto de acciones (públicas, privadas y compartidas) que le permitan hacer frente a una economía conocimiento-intensiva; así las sociedades que inviertan más en re-entrenamiento laboral de adultos, en transformación curricular a favor del desarrollo de la creatividad, en extensión de capacidades gerenciales, en generación de entornos laborales creativos, en aprovechamiento social de la investigación pública, en sostenimiento de entornos ambientales calificados, en infraestructuras que mejoren la economía y la gobernabilidad urbano-reginal, en identificación positiva del territorio, en cultura de mediación de conflictos etc, podrán hacer frente a un contexto económico cambiante, pero dominado por múltiples formas de valorización creativa de la información.
Pero volviendo a la conformación de la capacidad adaptativa; como insinuamos arriba, existen indicios de al menos dos tendencias: la adaptación basada en la disminución de los costos y la adaptación basada en el incremento de la productividad. La coexistencia es absolutamente previsible, y aún así extremadamente rica para el análisis. Y la cuestión institucional presente en ambas, nos es de sumo interés. *****
Correspondería en este punto un análisis fáctico (ciertamente de difícil elaboración, pero sobre el cual intentaré progresar en el futuro) , para sostener lo que considero es la explicación que da respuesta a las tendencias aparentemente contradictorias, en materia de capacidad adaptativa de los territorios a la dinámica económica emergente: el primer indicador de adaptación económica es la condición receptiva a flujos de recursos económicos (en principio capitales, cuya movilidad es casi absoluta; pero no debería dejarse de lado la valoración de la movilidad de personas, que por cierto demuestra la existencia de unas capacidades adaptativas de las cuales los capitales nada nos dicen). De lo que se podría derivar el axioma: si una sociedad/ territorio tiene la capacidad de retener su propio ahorro y recibir inversión extranjera (sobre todo la inversión extranjera directa), demostraría que ha hecho unas adaptaciones funcionales a las condiciones de desarrollo de la actividad económica global.
Sin embargo, esa idéntica condición “receptora” (tomando un ciclo largo -20 años- y valorando sólo los casos salientes) la comparten países tan diversos como Finlandia, Irlanda, Chile, Corea del Sur, India, China, Nigeria, Sudáfrica, Nueva Zelandia, etc.
En principio, pareciera que la simplificación modélica de la teoría económica (a veces) nos juega una mala pasada. Por caso, tomemos el ejemplo de Finlandia, un país con altos salarios y régimen laboral relativamente rígido, con restricciones ambientales severas, con altos impuestos, y sin embargo durante muchos años receptor neto de inversión extranjera directa.
Una investigación podría encaminar la respuesta, que sospechamos: capitales de alta calidad fluyen hacia territorios/ sociedades de alta calidad (muy adaptativos y con una trama institucional que mantiene una buena gobernabilidad democrática sobre los procesos de cambio); capitales de baja calidad fluyen hacia territorios/ sociedades, cuyos criterios de adaptación son de baja calidad.
En tal afirmación el concepto “calidad” no esta asociado a un standard (como lo haría un ingeniero); sino a un conjunto de valores. Cuando nos referimos a “capitales de calidad” nos referimos a aquellos cuyo criterio de selección de oportunidad económica tienden a conjugarse con intereses sociales (generación de empleo, sostenibilidad ambiental, respeto a las normas locales, etc). En idéntico sentido territorios/ sociedades de alta calidad, son aquellos cuya inteligencia organizacional, les permite comprender las necesidades de la evolución socio-económica y adaptar las respuestas (estatales o no estatales) a tal evolución (por ejemplo: respecto de la educación pública, la inversión en I+D, las pautas macroeconómicas, el cuidado del ahorro, las infraestructuras, la promoción del plurilingusimo masivo, la promoción de la ciudadanía digital, etc).
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